martes, 3 de enero de 2012

La historia de Ur de Morquintián (continuación)

Capítulo III

Por fin, coincidieron en el baile de Carnaval. Él la reconoció enseguida por sus rizos y por la mancha azul de su vestido. Se acercó a ella.

- ¿Te gustaría bailar?- preguntó Ur al verlo.

- ¡Claro que me gustaría!- contestó él con una amplia sonrisa.

Y juntos se fueron dando saltitos sobre una pierna y levantando los brazos para dar palmas al ritmo de la música.

Desde entonces, no se separaron. Ur de Morquintián y Pi de Morpeguite se hicieron una pareja habitual y asistían a todos los acontecimientos de sus territorios.


Ur invitó a Pi a la fiesta del trasquilado de las ovejas que una vez al año se celebraba en Morquintián. Cada pastor o pastora ataba a una pata de cada animal un signo distintivo: unos , un cascabel; otros, una cinta; los más, un brazalete con su nombre. Así, podían reconocerlas y trasquilarlas. Quien primero acababa conseguía un cartel con la palabra “Premio”. Como las ovejas de todos los participantes se mezclaban, había que estar muy seguro de haber trasquilado todas las del rebaño propio antes de levantar la rama de laurel del vencedor, pues , si una sola había quedado olvidada, el galardón iba a parar al que lo hacía notar; así que, no sólo había que estar atento al rebaño de uno, sino también al del vecino.

Una vez, la Comisión de Trasquilado había decidido que cada rebaño fuese identificado con una flor. Fue un desastre: las ovejas se las comieron y no hubo forma de saber de quién era cada una, así que, al acabar, se las hacía salir de dos en dos por el redil ( de ahí viene lo de “cada oveja con su pareja”) y se repartían entre los participantes, que, enfadados, pretendían ser los dueños de las más gordas y saludables.