domingo, 4 de marzo de 2012

La historia de Ur de Morquintián (continuación)

La madre de Ur también tomaba parte en la competición y tuvo la gentileza de regalarle a su hija la primera lana de las primeras ovejas trasquiladas. Ur decidió hacer una manta con la lana, pero eran tan cortos los días, que nunca la empezaba pues, si salía el sol, corría rápida a recibirlo. Pronto se acostumbró a pensar cuando se acostaba:

“Mañana,

si Dios con bien me levanta,

he de hilar para una manta”

para replicar a la mañana siguiente:

“¡Qué manta ni qué cuerno!

¡Venga sol y día bueno!”

Ur, como se ve, nunca había sido muy trabajadora, así que la manta durmió en sus sueños hasta que Pi la tejió …, pero ése es otro cuento.

IV

Por su parte, Pi llevó a su amiga a ver su árbol. En Morpeguite había un árbol de sueños en el que se colgaban aquéllos que destacaban por su belleza. Algunos eran pequeños; otros, por el contrario, resaltaban fuertes entre las ramas. Los sueños se iban apagando poco a poco, a medida que sus poseedores los iban olvidando (porque ya se sabe que los sueños son como el humo), pero, mientras existían, colmaban de felicidad a todo el condado. Una vez, un chistoso colgó una pesadilla, fea y retorcida, y las ramas que tenían sueños se separaron de ella, con lo que el árbol tuvo una figura deforme hasta que la pesadilla desapareció ( y es de todos sabido que las pesadillas duran más que los sueños…).

Un día, Pi soñó que Ur lo miraba con ojos de azúcar y que pasaba las manos amorosamente por su cabeza pelada. Se sintió tan bien que , tan pronto se despertó, fue corriendo al árbol de los sueños para colgarlo. Tenía unos colores tan intensos que no desapareció hasta que se hizo realidad.

Cuando Ur visitó Morpeguite, Pi la llevó a ver el árbol de los sueños. Ella se fijó en el que él había colgado.

- ¡Qué bonito! ¿Qué significa?

- No se puede decir, no se cumpliría nunca.

- ¡Cuánto me gustaría soñar algo así!- suspiró.

- No lo necesitas – Pi intentó ser galante-. Tú deberías ser colgada del árbol.

Ur abrió los ojos como platos al tiempo que se tocaba la garganta como si tuviera una cuerda asfixiándola.

- Quiero decir- se excusó Pi- que tú eres tan bonita como un sueño.

- ¡Ahhh!- se relajó Ur mientras se ruborizaba de azul-. Tú también lo eres, sobre todo en otoño.

(continuará...)