miércoles, 9 de noviembre de 2011

La historia de Ur de Morquintián

Capítulo I

Urcesinda había nacido en una localidad costera, al oeste de la Península Ibérica. Sus padres, los marqueses de Morquintián, le enseñaron las tres cosas que todo miembro de la nobleza debía conocer para hacer honor a su clase: no dejar marca en el cristal por el que se bebe, no elevar el tono de voz por muy irritado que se esté y dominar el baile del cansaíto, danza en la que se mueven los brazos en alto al tiempo que se salta sobre una sola pierna y que agota de tal forma que en las veinticuatro horas siguientes lo más prudente es descansar. Sabiendo que los súbditos de Morquintián eran locos por el baile y que celebraban uno cada tres días, no era de extrañar que considerasen esta destreza de gran importancia para la futura marquesa.


Por su parte, el marqués , gran entendido en peces de río, añadió una condición más: que Urcesinda supiese distinguir una trucha de un reo. Afirmaba que, dado su extraordinario parecido, una vez apreciadas las diferencias, le enseñaría a desentrañar embustes y trampas, tan abundantes entre las gentes de su clase.




Una vez que consideraron que Urcesinda estaba preparada, decidieron coger una jubilación anticipada y dejar el marquesado en sus manos y en sus redondas posaderas. Se retiraron, por tanto, a una casita de campo, en un paradisíaco lugar, en donde pudieron dedicarse a lo que siempre habían deseado: él, a cultivar coliflores y ella, a llevar el rebaño de ovejas a pastar al campo. Cada una de éstas portaba un cencerro de diferente tamaño que emitía un tilín-talán-tolón que llenaba el valle de música y hacía que las coliflores tomasen un tono rosado con picos morados que las hacía exquisitas.

Cuando Urcesinda se quedó sola con sus posesiones, tomó la primera decisión de su marquesado: acortarse el nombre, que, además de largo, daba idea de fragilidad, lo cual no estaba de acuerdo con su aspecto robusto y sano. Así, a partir de entonces, se hizo llamar Ur de Morquintián.

(continuará...)

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