A veces, conocer a un autor te hace valorar no solo lo que escribe , sino también a aquellos a los que él reconoció y valoró haciendo un pequeño prólogo de su obra. Fue lo que me pasó a mí con Auliya, un libro de Verónica Murguía que compré como lectura para adolescentes. Me di cuenta de que algo debía de tener cuando un escritor de la talla de Fuentes se ofrecía a hacer una introducción al mismo. Y así fue: el libro habría merecido la pena aunque fuese solo por un pasaje.
La muchacha soñaba, adentrándose en su muerte. En el sueño sentía cómo la piel se le encogía y adelgazaba, como una hoja de palmera sobre una brasa.
Sus ojos y su lengua se secaron. Su carne, ahora mineral, perdía volumen. Los líquidos de su cuerpo se evaporaron. La sangre y las lágrimas formaron finas vetas rojas y azules, pequeños ríos de arcilla. Conmenzó a desmoronarse: cara, manos y piernas se deshicieron. Los dientes, pulverizados, como si sobre ellos hubieran pasado decenas de años, se perdieron entre millares de granos de mica. Sus entrañas, sus huesos, se fundieron con la arena. Las diez pulseras de oro que llevaba sobre el codo, el regalo de despedida de al-Jakum,quedaron enterradas como un tesoro.
Si queréis tener una idea de quién era este escritor mexicano, pinchad en su nombre y accederéis a la página del Instituto Cervantes.
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